Él ya sabía que ella era una
chica con los labios besados, que era demasiado loca y divertida para él, que
se podía derrumbar de un momento a otro pero que en menos de una décima de
segundo le daba ese puto venazo de felicidad que le cambiaba el día. Sabía que
ella no le tenia miedo a la vida porque había aprendido a reírse de ella. Sabía
que tenía miedo a las alturas porque más de una vez había estado a tres metros
sobre el cielo y había acabado por estrellarse contra el suelo, sabía que sus
sueños se habían roto mil veces y ella había dedicado las noches frescas de
verano en unir los pedazos. Que nada ni nadie consiguió nunca borrarle esa
sonrisa jodidamente perfecta de la cara. Sabía que su mundo empezaba en las
nubes y acababa en las estrellas.
Sabía que era todo lo contrario a él, que ella era como las locuras de los sábados noche y él como las frías tardes de domingo, que ella ni si quiera se preocupaba de su presente y el vivía planeando su futuro y recordando su pasado, él era el sur y ella hacía mucho que había perdido el norte, y aunque lo sabía, allí estaba él, mirándola como un idiota, enamorado de ella hasta las trancas.
Sabía que era todo lo contrario a él, que ella era como las locuras de los sábados noche y él como las frías tardes de domingo, que ella ni si quiera se preocupaba de su presente y el vivía planeando su futuro y recordando su pasado, él era el sur y ella hacía mucho que había perdido el norte, y aunque lo sabía, allí estaba él, mirándola como un idiota, enamorado de ella hasta las trancas.